Archivo mensual: noviembre 2018

Las Sagas Flamencas de Pepe Lamarca

En enero de 2014, la revista Rolling Stone sorprende al mundo de la música llevando en portada a un cantaor flamenco, Camarón de La Isla. La fotografía elegida nos muestra un Camarón joven, en su plenitud, peinado hacia atrás de forma impecable, con una chamarreta nada flamenca, o quizás muy flamenca, el rictus relajado y la mirada perdida. El autor de esta imagen, Pepe Lamarca.

Pepe Lamarca, muy conocido por sus fotografías de grandes artistas flamencos, es un fotógrafo con una amplia trayectoria. Sus inicios, en Argentina, se centran en la fotografía social. Trabaja para varios sindicatos que usaban sus imágenes de trabajos insalubres como pruebas para conseguir mejores condiciones laborales. A finales de los sesenta, conoce a Antonio Gades con quien trabaja en Buenos Aires; este es el primer acercamiento de su cámara al flamenco. Posteriormente, se ve obligado a venirse a España, a principios de los setenta, y al llegar a Madrid retoma su relación con el bailaor. Antonio Gades tenía en esa época un restaurante llamado Casa Gades donde Pepe empieza a trabajar. Por allí paraban mucha gente relacionada con el flamenco, a quienes iba fotografiando. Pero es cuando le encargan la portada de un vinilo para Camarón y Paco de Lucía cuando se enamora del mundo flamenco y comienza a retratarlo con esos ojos ávidos por capturar la esencia. Desde ese momento hasta el día de hoy, son muchos los artistas flamencos que han posado para él, prácticamente todos los grandes. Pero no han sido solo flamencos los que se han prestado a ser inmortalizados por Lamarca, también lo han hecho escritores, poetas, actores, como Octavio Paz, Julio Cortázar, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Escobar o Pepa Flores. De esta última posee un hermoso retrato que encabezó su exposición ¡Viva la Pepa! Cádiz 1812, realizada en Cádiz en 2013.

180730-099-Editar-Editar-Editar

Fotografía de Juan Silva

En la exposición que nos incumbe, Sagas flamencas, el maestro nos muestra 28 instantáneas donde recoge unas quince familias. En ocasiones nos muestra varias generaciones con numerosos miembros; en otras pequeños conjuntos familiares, hermanos, padres e hijo, o bien fotos individuales que agrupa juntas en el espacio expositivo. De una forma u otra, en toda la exposición se refleja el conocimiento que tiene el autor del flamenco y de cómo este tiene como principal núcleo transmisor al entorno familiar.

La uniformidad de las copias no deja de sorprender ya que todas muestran la misma atmósfera, la misma luz, los mismos tonos. Son fotos tomadas en un periodo de 43 años, entre 1973 y 2015. Todas han sido reveladas por las mismas manos, en el cuarto oscuro, envuelto por el olor de los líquidos y oyendo una buena música, tal como cuenta el autor. Sagas flamencas es un conjunto de posados donde se ve la mano del maestro a la hora de colocar a los sujetos para resaltar aquello que le interesa. Esta generalidad tiene tres excepciones: una foto de Camarón, con Ramón de Algeciras y un amigo, que se encuentran charlando; otra, fantástica, donde Sordera, Meneses y Terremoto juegan a los chinos; y por último, una que destaca entre todas por ser, para mi entender, la que menos encaja en su estilo: Terremoto de Jerez sobre un tablao pegándose un pataíta. Pepe presenta al artista en un primer plano, bailando para sus adentros, gustándose, y al fondo las miradas de felicidad del público que, entre risas y admiración, te obligan a centrarte en el protagonista. En definitiva una exposición imprescindible.

Gracias a esta exposición, realizada en La Isla de San Fernando, dentro de la quinta edición de La Isla Ciudad Flamenca, me he vuelto a encontrar con Pepe. He disfrutado durante tres días de su compañía, compartiendo charlas, escuchándolo, aprendiendo. Cuando estás con él, entiendes por qué sus fotos tienen la fuerza que tienen. Tienen la fuerza de la verdad. Menos es más, repite al hablar de fotografía. El maestro, consciente de que sus modelos perdurarán en el tiempo, se esfuerza por darnos una imagen amable del artista. «Ellos al ver la foto tienen que sentirse guapos», comenta.

En uno de esos momentos que compartimos, tomando un vino en un güichi, que es como se llama en La Isla a las tabernas, entre parroquianos que hablaban de sus cosas o que jugaban a las cartas, el maestro cogió su cámara mientras me observaba. Después de estar un tiempo analizando la situación, se dispuso a accionar el disparador. Ni que decir tiene que me sentí abrumado. Sus ojos, sus manos, su mente, buscaban la luz necesaria para sacarme una instantánea. Apoyado en esa barra recordé cuando él me hablaba de Rafael Romero, el Gallina, de su porte señorial y de cómo sabía lucirse ante la cámara. Pensé que indudablemente no estaría a su altura. En ese instante, comprendí que estaba en el mismo sitio donde tantos grandes maestros habían estado: José, Paco, Agujetas, Sordera, los Habichuela… ante el objetivo de Pepe Lamarca, de mi amigo Pepe, del maestro Lamarca. Embriagado por la emoción, lo miré y levanté mi copa.